Os dejo un fragmento del Capítulo 5 El Mar Delimitador de la Obra de Bill Bryson "Una breve Historia de Casi Todo" Mi actual libro de cabecera.
Imagina lo que sería intentar vivir en un mundo dominado por el óxido de di-hidrógeno, un compuesto que no tiene sabor ni olor y que es tan variable en sus propiedades que, en general, resulta benigno, pero que hay veces que mata con gran rapidez. Según el estado en que se halle, puede escaldarte o congelarte. En presencia de ciertas moléculas orgánicas, puede formar ácidos carbónicos tan desagradables que dejan los árboles sin hojas y corroen los rostros de las estatuas. En grandes cantidades, cuando se agita, puede golpear con una furia que ningún edificio humano podría soportan A menudo es una sustancia asesina incluso para quienes han aprendido a vivir en ella. Nosotros le llamamos agua.
El agua está en todas partes. Una patata es en un 80%, agua. Una vaca, en un 74%. Una bacteria, en un 75%. Un tomate, que es agua en un 95%, es poco más que agua. Hasta los humanos somos agua en un 65% lo que nos hace más líquidos que sólidos por un margen de casi dos a uno. El agua es una cosa rara. Es informe y transparente y, sin embargo, deseamos estar a su lado. No tiene sabor y no obstante nos encanta beberla. Somos capaces de recorrer grandes distancias y de pagar pequeñas fortunas por verla al salir el Sol. Y, aun sabiendo que es peligrosa y que ahoga a decenas de miles de personas al año, nos encanta retozar en ella.
Como el agua es tan ubicua, tendemos a no darnos cuenta que es una sustancia extraordinaria. Casi no hay nada en ella que pueda emplearse para establecer predicciones fiables sobre las propiedades de otros líquidos y a la inversa. Si no supieses nada del agua y basases tus conjeturas en el comportamiento de los compuestos químicamente más afines a ella (seleniuro de hidrógeno o sulfuro de hidrógeno, sobre todo) esperarías que entrase en ebullición a, 93 ºC y que fuese un gas a temperatura ambiente.
Casi todos los líquidos se contraen aproximadamente un 10% al enfriarse. El agua también lo hace, pero sólo hasta cierto punto. En cuanto se encuentra a una distancia mínima de la congelación, empieza (de forma perversa, cautivadora, completamente inverosímil) a expandirse. En estado sólido, es casi un décimo más voluminosa que en estado líquido. El hielo, como se expande, flota en el agua («una propiedad sumamente extraña», según John Gribbin). Si careciese de esta espléndida rebeldía, el hielo se hundiría y lagos y océanos se congelarían de abajo arriba. Sin hielo superficial que retuviese el calor más abajo, el calor del agua irradiaría, dejándola aún mas fría y creando aún más hielo. Los océanos no tardarían en congelarse y seguirían congelados mucho tiempo, probablemente siempre... condiciones que no podrían sostener la vida. Por suerte para nosotros, el agua parece ignorar las normas químicas y las leyes físicas.
Todo el mundo sabe que la fórmula química del agua es H 2 O, lo que significa que consiste en un átomo grande de oxígeno y dos átomos más pequeños de hidrógeno unidos a él. Los átomos de hidrógeno se aferran ferozmente a su huésped oxigénico, pero establecen también enlaces casuales con otras moléculas de agua. La molécula de agua, debido a su naturaleza, se enreda en una especie de baile con otras moléculas de agua, formando breves enlaces y desplazándose luego, como participantes de un baile que fuesen cambiando de pareja, por emplear el bello símil de Robert Kunzig. Un vaso de agua tal vez no parezca muy animado, pero cada molécula que hay en él está cambiando de pareja a razón de miles de millones de veces por segundo. Por eso las moléculas de agua se mantienen unidas formando cuerpos como los charcos y los lagos, pero no tan unidas como para no poder separarse fácilmente cuando te lanzas, por ejemplo, de cabeza a una piscina llena de ellas. Sólo el 15% de ellas se tocan realmente en cualquier momento dado.
El vínculo es en cierto modo muy fuerte... Ese es el motivo que las moléculas de agua puedan fluir hacia arriba cuando se sacan con un sifón y el motivo que las gotitas de agua del capó de un coche se muestren tan decididas a unirse a sus compañeras. Es también la razón que el agua tenga tensión superficial. Las moléculas de la superficie experimentan una atracción más fuerte hacia las moléculas semejantes a ellas, que hay a los lados y debajo, que hacia las moléculas de aire que están sobre ellas. Esto crea una especie de membrana lo bastante fuerte como para sostener a los insectos y permitirnos lanzar piedras al ras de la superficie para hacer «sopas». Es también el motivo que cuando nos tiramos mal al agua nos hagamos daño.
Ni qué decir tiene que estaríamos perdidos sin agua. El organismo humano se descompone rápidamente si se ve privado de ella. A los pocos días desaparecen los labios (como si los hubiesen amputado), «las encías se ennegrecen, la nariz se arruga y se reduce a la mitad de su tamaño» y la piel se contrae tanto en torno a los ojos que impide el parpadeo», según una versión. El agua es tan vital para nosotros que resulta fácil no darse cuenta que salvo una pequeñísima fracción, la mayor parte de la que hay en la Tierra es venenosa para nosotros (muy venenosa) debido a las sales que contiene.
Necesitamos sal para vivir; pero sólo en cantidades mínimas, y el agua de mar contiene mucha más de la que podemos metabolizar sin problema (unas setenta veces más). Un litro típico de agua de mar contendrá sólo aproximadamente dos cucharaditas y medía de sal común (de la que empleamos en la comida), pero cuantías mucho mayores de otros elementos y compuestos de otros sólidos disueltos que se denominan colectivamente sales. Las proporciones de estas sales y minerales en nuestros tejidos son asombrosamente similares a las del agua del mar (sudamos y lloramos agua de mar; como han dicho Margulis y Sagan), pero, curiosamente, no podemos tolerarla como un aporte. Si introduces un montón de sal en el organismo el metabolismo entrará en crisis enseguida. Las moléculas de cada célula de agua se lanzarán como otros tantos bomberos voluntarios a intentar diluir y expulsar la súbita afluencia de sal. Eso deja las células peligrosamente escasas del agua que necesitan para sus funciones normales. Se quedan, en una palabra, deshidratadas. La deshidratación producirá en situaciones extremas colapsos, desmayos y lesión cerebral. Mientras tanto, las células de la sangre, sobrecargadas de trabajo, transportarán la sal hasta los riñones, que acabarán desbordados y dejarán de funcionan. Al dejar de funcionar los riñones, te mueres. Por eso no bebemos agua salada.
Hay 1.300 millones de kilómetros cúbicos de agua en la Tierra y eso es todo lo que podemos tener. Es un sistema cerrado: Hablando en términos generales, no se puede añadir ni sustraer nada al sistema. El agua que bebes ha estado por ahí haciendo su trabajo desde que la Tierra era joven. Hace 3.800 millones de años, los océanos habían alcanzado (aproximadamente, al menos) sus volúmenes actuales.
El reino del agua se llama hidrosfera y es abrumadoramente Oceánico. El 97% del agua del planeta está en los mares, la mayor parte en el Pacífico, que es mayor que todas las masas terrestres juntas. El Pacífico contiene en total más de la mitad de todo el agua oceánica (51,6 %), el Atlántico contiene el 23,6% y, el océano Indico, el 21,2 %, lo que sólo deja un 3,6% a todos los mares restantes. La profundidad oceánica media es de 3,86 kilómetros, con una media en el Pacífico de unos 300 metros más de profundidad que en el Atlántico y el Índico. El 60% de la superficie del planeta es océano de más de 1,6 kilómetros de profundidad. Como dice Philip Bali, deberíamos llamar a nuestro planeta Agua y no Tierra.
Del 3% de agua de la Tierra que es dulce, la mayor parte se encuentra concentrada en capas de hielo. Sólo una cuantía mínima (el 0,036 %) se encuentra en lagos, ríos y embalses, y una cantidad menor aún (sólo el 0,001 %) en las nubes en forma de vapor. Casi el 90% del hielo del planeta está en la Antártica, y la mayor parte del resto en Groenlandia. Si vas al polo Sur, podrás poner los pies sobre 3,2 kilómetros de hielo; en el polo Norte sólo hay 4,5 metros. La Antártica sólo tiene 906.770.420 kilómetros cúbicos de hielo... lo suficiente para elevar el nivel de los océanos unos sesenta metros si se fundiese todo. Pero, si cayese toda el agua de la atmósfera en forma de lluvia por todas partes, en una distribución regular, el nivel de los océanos sólo aumentaría unos dos centímetros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario